Investigadores de la Universidad
Complutense de Madrid (UCM) han llevado a cabo un estudio que revela que
el cerebro responde a desenlaces emocionales inesperados
independientemente de la dirección del cambio emocional y sugiere la
posibilidad de que la fuerza de expectativas positivas y negativas pueda
ajustarse antes de la experimentación de acontecimientos inesperados.
Continuamente estamos procesando el entorno y,
de modo consciente o no, detectamos congruencias y divergencias con lo
que esperamos que ocurra. En psicología se ha demostrado la existencia
de sesgos o ilusiones positivas en personas psicológicamente saludables
en tres dominios: en el concepto de uno mismo (autoestima), en el grado
de control que uno considera que ejerce sobre su entorno (ilusión de
control), y en la predicción de acontecimientos futuros (sesgos
positivos).
Los estudios de la actividad
eléctrica cerebral humana pueden constituir una formidable ventana a los
procesos a través de los cuales se regulan nuestras expectativas de
futuro (positivas o no). Estos estudios llamados de ERPs, por sus siglas
en inglés de Event-Related Potentials, han demostrado que en
tareas de comprensión lectora existe un componente (la N400) muy
sensible al grado de expectativa de una palabra en un contexto.
El caso concreto de la expectativa de una palabra al final de una frase
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid
explora las respuestas del cerebro a través de la actividad eléctrica
cerebral al procesamiento de expectativas positivas y negativas,
cumplidas e incumplidas, durante la tarea de comprensión de una frase.
La
expectativa de una palabra en un contexto específico se mide a priori a
través de cuestionarios llamados 'de probabilidad de cierre' en los que
se presentan oraciones incompletas a una muestra solicitando a los
participantes que indiquen cual sería la palabra más altamente esperada
en ese contexto. Por ejemplo, “Cuando volví de vacaciones salí al jardín
y regué las…….”.
Estas frases se emplean
posteriormente en estudios en los que se examina la respuesta cerebral
de otros participantes leyendo las oraciones mientras se registra su
electroencefalograma (EEG). Es entonces cuando el componente N400 del
ERP revela ser un indicador del grado de expectativa, puesto que su
amplitud es mayor para lo inesperado (margaritas) que para lo altamente
esperado (plantas).
“Para este estudio
diseñamos una extensa batería de oraciones intencionadamente sesgadas
para generar la expectativa de una palabra concreta dentro de un
contexto emocional negativo o positivo. Por ejemplo, “En el borde del
acantilado, alguien vino por detrás y le…” (contexto sesgado
negativamente) ó “Después de 10 años de matrimonio, todavía seguían
estando muy…” (contexto sesgado positivamente). Medimos la probabilidad
de generar espontáneamente palabras que mostraban expectativas negativas
en la oración sesgada negativamente (la palabra “empujó” fue elegida
por el 79% de los participantes) y positivas en la oración sesgada
positivamente (“enamorados” fue elegida por el 73% de los
participantes)”, explica Carmelo Vázquez Valverde, catedrático de
Psicopatología de la UCM y coautor del estudio publicado en la revista
Biological Psychology.
Con este esquema se
seleccionó finalmente un conjunto de oraciones con el requisito de que
las palabras esperadas como final de oración fueran igualmente esperadas
independientemente de la emocionalidad del contexto, es decir que no
hubiera diferencias significativas entre la probabilidad de generar
expectativas negativas o positivas, al menos sobre el papel.
Estas
frases fueron el conjunto de estímulos experimentales que se utilizó en
las sesiones de lectura y registro del EEG. Cada frase fue presentada
aleatoriamente bien con su final altamente esperado o bien con otra
palabra de menor probabilidad (0,8%) que alteraba el sentido emocional
de lo esperado en el contexto (por ejemplo, “rescató” en la oración
negativamente sesgada y “mal” en la oración positivamente sesgada).
De
este modo se conseguía que los sujetos se vieran forzados a procesar un
final inesperado que constituía una sorpresa agradable (mejor de lo
esperado) o una decepción (peor de lo esperado). Como condición
experimental de control se introdujeron finales de oración sin sentido
(por ejemplo, “inventó” y “soleados” en las oraciones negativa y
positivamente sesgadas, respectivamente), dado que el componente N400
alcanza su máxima amplitud en respuesta a violaciones semánticas
manifiestas.
La mayor amplitud de N400 se registra en los casos de finales de oración sin sentido
Los
resultados del estudio mostraron que la respuesta cerebral a un
sinsentido en un contexto emocional genera una amplia N400
independientemente de la emocionalidad del contexto. La respuesta a los
finales emocionalmente opuestos generó también una respuesta N400 de
menor amplitud puesto que dichos finales eran improbables o inesperados
pero, a pesar de ello, eran plausibles. Además, estos finales generaron a
continuación de la N400 una positividad en electrodos frontales (post
N400 frontal positivity) cuya interpretación funcional es todavía
incierta pero que probablemente se asocia al coste de una predicción o
de una expectativa muy intensa que se incumple.
Lo
más sorprendente es que los finales altamente esperados y equiprobables
(“empujó” y “enamorados”), que por definición generan una N400 de
reducida amplitud por su grado de previsibilidad, revelaron diferencias
de amplitud en el componente N400. Así, los finales emocionalmente
negativos generaron una N400 de menor amplitud (menor “sorpresa”) que
los finales positivos (mayor “sorpresa”).
Estos
datos indican que en situaciones experimentales en las que las
expectativas de tipo emocional pueden resultar violadas inesperadamente
al azar, los sujetos parecen reajustar la fuerza de sus expectativas en
el momento, de modo que estas son más fuertes para lo negativo que para
lo positivo o más débiles para lo positivo que para lo negativo. En
cualquier caso, parece que existen estrategias cognitivas que tratan de
evitar que encontremos sorpresas desagradables y que maximizan nuestra
capacidad de sorpresa frente a eventos positivos, dando el cerebro
muestras de ello.
Estos resultados abren el
campo para el estudio de los procesos de regulación emocional en humanos
usando como medida la actividad cerebral que se registra en tareas tan
comunes como las de comprensión lectora, lo que en definitiva nos
permite evaluar cuales son los modelos de la realidad que manejamos al
procesar nuestro entorno y, en concreto, qué es lo que hay en nuestras
cabezas más allá del estímulo externo que en un momento dado nos ha
“tocado” procesar.
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